05 maio 2007

LA PERIPECIA DEL ANÁLISIS

Por Pablo Cúneo

Cuenta Heródoto (1952) que cuando Solón, uno de los sabios de Grecia, llegó a Sardes el rey Creso le interrogó si ya había visto al hombre más feliz de todos. Como la respuesta de Solón no fue del agrado del rey, quien esperaba escuchar su propio nombre de boca del sabio impresionado por su riqueza, le preguntó si tenía por tan poco su prosperidad que ni siquiera lo equiparaba con hombres del vulgo. Solón le respondió: “Creso, a mí que sé que la divinidad toda es envidiosa y turbulenta, me interrogas acerca de las fortunas humanas. Al cabo de largo tiempo, muchas cosas es dado ver que uno no quisiera, y muchas también le es dado sufrir”, agregando entre otras cosas: “Así, pues, Creso, el hombre es todo azar. Bien veo que tienes grandes riquezas y reinas sobre muchos pueblos, pero no puedo responder todavía a lo que me preguntas antes de saber que has acabado felizmente tu existencia”.

Como es de esperar el rey indignado despidió al sabio tratándolo de ignorante. Después de lo ocurrido Creso que tenía dos hijos, uno sordomudo y otro brillante, tuvo un sueño en el que el segundo de ellos moría traspasado por una punta de hierro. Al despertar, luego de meditar casó rápidamente a su hijo no permitiendo que fuera mas a la guerra y retirando toda arma que pudiera estar cerca de él. Al poco tiempo llegó al reino Adrasto (que quiere decir “inevitable”) pidiéndole que le de asilo y lo purifique con estas palabras: “Rey, soy hijo de Midas, hijo de Gordias: me llamo Adrasto; maté sin querer a mi propio hermano: arrojado por mi padre y privado de todo, aquí vengo”.

Al tiempo su hijo Atis (así se llamaba el brillante hijo de Creso) se quejó a su padre, creyendo que podía considerarlo un cobarde, de que no le permitiera ir a la caza de un enorme jabalí que devastaba los campos, a lo que el rey le contestó: “Hijo, no hago esto por haber visto en ti cobardía, ni otra cosa que pudiera desagradarme. Pero una visión me anunció en sueños que tendrías corta vida, pues perecerías traspasado por una punta de hierro. A causa de esa visión aceleré tus bodas, y no te envío a las expediciones que emprendo por ver si logro, mientras viva, hurtarte a la muerte. Tú eres mi único hijo, pues el otro, con el oído estropeado, me hago cuenta que no lo tengo”. La respuesta, lógica de Atis, la de que el sueño decía que no sería un jabalí sino un arma lo que lo mataría convenció a Creso: “Hijo, al explicar mi sueño, has vencido, en cierto modo, mi parecer. Y como vencido por ti mudo de parecer y te permito ir a la caza”.

Creso le pidió finalmente a Adrasto, a quién le había dado asilo, que fuera como custodia de su hijo a la cacería. El desenlace parece obvio, Adrasto inevitablemente mató sin querer a Atis al darle muerte con su lanza que iba dirigida al jabalí.

Imaginémonos: ¿qué hubiera pasado si Creso hubiera consultado a un psicoanalista y contado su sueño?, ¿lo habría despedido al igual que hizo con Solón?, ¿o habría pasado, en cambio, por la peripecia de un análisis?

Pero, ¿por qué hablar de peripecia de un análisis? El propio origen griego del término nos indica el camino. Camino que nos lleva hacia la tragedia griega, a la que el creador del psicoanálisis acudió para exponer su gran descubrimiento.

EL DRAE (1998) nos dice que peripecia deriva del griego Peripeteia y agrega: “1. En el drama o cualquier otra composición análoga mudanza repentina de situación debida a un accidente imprevisto que cambia el estado de las cosas. 2. Accidente de esta misma clase en la vida real”. Por otra parte Corominas y Pascual (1993) dicen: “Peripecia, tomado del griego Peripeteia ‘mudanza súbita’, derivado de peripetes ‘consistente en una vuelta brusca’, derivado de piptein ‘caer’ (pariente del latín petere ‘dirigirse hacia’) con el prefijo peri-‘entorno’ “.

Aristóteles (1946) en La Poética, considera que la peripecia (peripeteia) y el reconocimiento (anagnórisis) deben estar presentes para que la tragedia sea tal, siendo para él la de Edipo, la obra por excelencia donde esto se muestra. Veamos las definiciones que de ellas da Aristóteles: “…peripecia es la inversión de las cosas en sentido contrario, y, como quedó también dicho, tal inversión debe acontecer o por necesidad o según probabilidad, como en el Edipo se ve, que el que vino a confortarle y librarle del temor que tenía por lo de su madre, habiendo mostrado quién era, le causó contrario efecto…”, y en seguida continúa: “ …el reconocimiento, como su nombre mismo lo indica, es una inversión o cambio de ignorancia a conocimiento que lleva a amistad o a enemistad de los predestinados a mala o buena ventura. Y bellísimo será aquel reconocimiento que pase con peripecia, como es de ver en el Edipo”.

Ahora bien, el psicoanálisis nos ha enseñado que el hombre es un ser dividido, habitado por una realidad novelada y estructurada por el deseo que nos habla a través de los sueños, síntomas, lapsus y actos fallidos. Freud (1978) ha señalado el golpe al narcisismo que este descubrimiento supone para el hombre: el yo pierde su lugar central (“La tercera afrenta, y la más sentida, empero, está destinada a experimentarla hoy la manía humana de grandeza por obra de la investigación psicológica: esta pretende demostrarle al yo que ni siquiera es el amo en su propia casa, sino que depende de unas mezquinas noticias sobre lo que ocurre inconcientemente en su alma”), el que se suma en el desarrollo de la ciencia a la obra de Copérnico (la Tierra deja de ser el centro del universo) y a la de Darwin (el hombre no tiene un lugar especial en la Creación, su naturaleza animal lo hace parte del reino animal). Si ya Aristóteles (1998) planteaba que a diferencia de la voz, es la palabra lo que distingue al hombre del animal (“…el hombre es entre los animales el único que tiene palabra”), el psicoanálisis vuelve a golpearnos para mostrarnos que el hombre es un ser hablado.

Y es justamente la asunción como propia de esa palabra exiliada, lo propio del análisis, lo que supone una verdadera peripecia. Afrenta a nuestro narcisismo, el verdadero reconocimiento de nuestra palabra pasa por un sentimiento trágico. Digamos también que aquí lo trágico no deja de tener una dimensión cómica, al fin de cuentas Freud (1979) nos enseñó que el síntoma y el chiste no están tan alejados en su estructuración uno del otro y que la propia interpretación del analista se ve confirmada muchas veces por la risa del analizando.

Volvamos a Creso y veamos las peripecias en el sentido aristotélico del término, es decir como inversión en sentido contrario, que muestra el relato de Heródoto. La primera gran inversión que salta a los ojos en esta historia trágica, está en que lo que hace Creso para evitar la muerte de su hijo es justamente lo que lo lleva a su fin. La muerte de su brillante hijo ocurre a manos de aquél a quien el propio Creso le encomendó que le cuidara para evitar el designio de su sueño. Segunda inversión: Adrasto que llegó al reino de Creso a purificarse por haber asesinado a su propio hermano, termina doblemente manchado como asesino.

¿Cuál sería la peripecia de Creso si se hubiera arrojado a la aventura de un análisis? Ni más ni menos que encontrarse con lo contrario que el creía: el deseo de muerte de su propio hijo. La divinidad envidiosa referida por Solón y que para los griegos habla a través de los sueños no es ni más ni menos que el deseo de muerte de los padres hacia sus hijos que habla a través de Creso. Y si Solón cree en el azar en el hombre, el relato subraya lo inevitable de los hechos. ¿Pero quién es Adrasto? El análisis le mostraría a Creso a través de la inevitable repetición en la transferencia que Adrasto no es otro que él mismo.

Y ahí está el nombre de su brillante hijo Atis (“Tenía Creso dos hijos, uno de ellos defectuoso, pues era sordomudo; el otro era en todo el más brillante de los jóvenes de su edad; su nombre era Atis”), como testimonio de que lo que está en juego es el tema de la castración.

Recordemos que el mito y ritual de Atis tal como se desarrollaba en Frigia (Heródoto nos presenta a Adrasto diciendo que “era frigio de nación y de linaje real”) presenta a Atis, según una versión, como amado por la diosa Cibeles, mientras otra sostiene que era su hijo. Al igual que sobre su origen, hay dos versiones sobre su muerte: una de ellas refiere que lo mató un jabalí (podría haberlo recordado Creso cuando envió a su hijo de caza), y otra que murió desangrado luego de emascularse. La auto mutilación de Atis en el mito iba acompañada en los ritos por la castración real que se ocasionaban a sí mismos los sacerdotes, conocidos como Galos, antes de entrar al servicio de la diosa frigia. Luego de mutilarse arrojaban las partes contra la imagen de la diosa y luego las enterraban en el suelo o en cámaras subterráneas dedicadas a la diosa. (Frazer, 1944).

Al igual que la diosa Cibeles la Astarté siria de la ciudad de Hierápolis era adorada por sacerdotes eunucos. Luciano de Samosata (1889) en De la diosa Siria nos dice que según una tradición el templo fue levantado por Deucalión (el Noé griego) en honor de la diosa Juno, mientras que otra tradición refiere que el templo fue obra de Atis y la diosa, a la que Luciano atribuye la castración de Atis, sería Rea. Finalmente Luciano se decide por una tercera tradición que está de acuerdo con las tradiciones helénicas y que supone a Juno como la diosa y a Baco como autor del templo del que hace una breve descripción: “Hay, además, en el vestíbulo dos enormes falos con esta inscripción:’ Yo, Baco, he erigido estos falos en honor de mi madrastra Juno’ “.

¿Qué sentido tiene la auto-castración de los sacerdotes? El psicoanálisis puede responder a esta interrogante pues Freud ha mostrado que ante la angustia de castración el niño debe elegir en su fantasía entre preservar el pene o el incesto. Los sacerdotes ofrecen el falo a la diosa Madre, castrándose en lo real por no poder acceder a la castración simbólica que supone la prohibición del incesto.

Ahora bien, este mito y ritos formaban parte de los festivales de la primavera en que se lloraba la muerte y resurrección del dios Atis, emparentados con los de Astarté y Adonis (así llamado por los griegos al tomar erróneamente el término semita Adon, con el que los fenicios se dirigían al dios y que significa Señor, por el nombre del mismo) , Isis y Osiris en Egipto, Tamuz e Ishtar en Babilonia, Dumuzi e Inanna entre los sumerios.

Frazer (1944) describe así lo que ocurría en Fenicia: “En el gran santuario fenicio de Astarté en Biblos, lloraban anualmente la muerte de Adonis a las estridentes y plañideras notas de la flauta, entre lloros, lamentos y golpes de pecho; pero al día siguiente creían que volvía otra vez a la vida y ascendía a los cielos en presencia de sus adoradores”. La misma descripción de llanto y duelo nos da Plutarco (1930) del ritual de Osiris en Egipto, mientras el mito supone al dios despedazado por Tifón en 14 partes entre las que se cuenta su falo. La diosa Isis reunió los trozos del cuerpo del dios salvo el falo que no pudo encontrar. Diodoro de Sicilia (citado en notas en la edición Plutarco, 1930) refiere: “Como Isis no pudo hallar las partes sexuales de Osiris hizo construir una imagen en los templos, y le atribuyó culto particular en las ceremonias y sacrificios que se efectúan en honor de este dios. Por eso los griegos, que tomaron de los egipcios las orgías y fiestas dionisíacas, sienten gran veneración por el Falo en los misterios e iniciaciones de Baco…También muchas otras naciones consagraron en sus mitos el órgano de la generación…De esta manera rinden homenaje al principio fecundante”.

A su vez Plutarco nos dice: “En todas partes de Egipto puede verse estatuas de Osiris representado en forma humana, con el miembro viril erecto, para indicar su virtud generadora y nutritiva”.

El sentido de estos ritos de muerte y renacimiento no se le escapa a Freud. En una carta a Jung (21 de noviembre de 1909) Freud (1979) aclara la identidad de estos dioses: “Adonis, etc., me lo he representado, por mi cuenta, tan sólo como pene, ¡la alegría de las mujeres cuando aquel a quien creían muerto, resucita, es algo demasiado patente!”.

Podemos volver al relato de Heródoto y acercarnos así a la tragedia de Creso: al ser sordo al símbolo, a una palabra que encarnada en los diferentes personajes no reconoce como suya, actúa en lo real sacrificando a su hijo Atis con quien se identifica en el lugar del falo (“Tú eres mi único hijo, pues el otro, con el oído estropeado, me hago cuenta que no lo tengo”).

El análisis muestra que acceder a simbolizar la castración supone una verdadera peripecia, un desenlace tragicómico de la omnipotencia y el narcisismo que habilita al hombre a reconocerse y desarrollarse como tal en la cadena de las generaciones.

BIBLIOGRAFÍA

ARISTÓTELES - Poética. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 1946.

----------------------- La política. Porrrúa Editores. México, 1998.

COROMINAS, J. - PASCUAL, J. A. - Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Tomo VI. Gredos. Madrid, 1993.

DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA - Espalsa Calpe. 1998.

FRAZER, J. G. -La rama Dorada. F.C.E. México, 1944.

FREUD, S. - JUNG, C. J. - Correspondencia. Taurus Ediciones. Madrid, 1978.

FREUD, S. - Conferencias de introducción al psicoanálisis. (Parte III). Obras Completas. Tomo XVI. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1978.

------------------ El chiste y su relación con lo inconciente. Obras Completas. Tomo VIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1979.

HERÓDOTO - Los nueve libros de la Historia. Jackson Editores. Buenos Aires, 1952.

LUCIANO - De la diosa siria. Obras Completas. Tomo IV. Hernando y Cia. Madrid, 1889.

PLUTARCO - Isis y Osiris .Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1930

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